domingo, 10 de abril de 2011

La cáscara

Casi cinco años de terapia y acá estamos de nuevo. En un punto del que peleé para salir, un punto oscuro en donde me desfaso en dos personalidades opuestas. En este punto hay dos "yo", la que sonríe, es amable y activa; y un verdadero "yo", que se desmorona de dolor y de tristeza.
En este punto, similar a un triángulo de las Bermudas, donde todo se distorsiona y las leyes de la Física desaparecen; estoy de nuevo.
El mundo me parece demasiado luminoso, pero igual sonrío. No hablo de mí, muestro empatía y simpatía por todo, le sonrío a la gente, la saludo con alegría. Hago chistes, hablo pausado, con ese tono de tía buena que trae caramelos. Pero la realidad es otra, me duele el alma, me llora el corazón, desde esa "otra realidad" el mundo me parece absurdo, pesado, interminablemente agotador. La gente se mueve como sombras que me empujan, me siento asfixiada e incapaz de moverme.
Sin embargo, la que sonríe no siente nada, es inmune a todo, brilla, porque no existe oscuridad en esa cáscara ciega que sale al mundo. Es la embajadora de la verdadera "yo" que de a poco se retrotrae, se separa del mundo para no volver, se esconde, da gritos ahogados que retumban en la cáscara ficticia que la encierra.
Cinco años de terapia y acá estoy de nuevo. No lloro, no siento, reprimo, me autocondeno, porque sé que no hay nada que apague el dolor, ni palabras que me consuelen, pero como duele tanto no puedo gritarlo, porque si lo digo el dolor se hace real.
Porque quizá nunca me fui de ese lugar oscuro, sólo dejé la puerta entornada; para volver cuando algo doliera mucho, para escaparme y darle al mundo esa versión de mí tan armada, pero tan segura... porque ni las promesas ni el porvenir me hacen querer volver... porque aunque sea oscuro, solitario y horrible, en este punto me escondo, porque duele menos, aunque sé que eso también es una mentira.

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