¿Cuánto vale una palabra? Hay palabras y frases que son invaluables, un "te amo", un "mamá", un "te odio". Pero cuando se empeña "la palabra", el valor está dado por nuestro compromiso, por la confiabilidad depositada, y otorgada, por esa "palabra".
¿Puede medirse el valor de una persona por su capacidad de dar y conservar su palabra? Aquellos que dan su palabra y no la cumplen, ¿pueden ser cuestionados de haber fallado? Hace años la gente cerraba tratos, vendía gallinas, prometía casarse, ser devotos de por vida a alguien, ayudar, o cualquier promesa o celebración de contrato con un poco de saliva y un buen apretón de manos.
Esa era la formalidad, el caballero era fiel a lo que prometía, las palabras que brotaban de su boca eran tan férreas como si estuvieran talladas en piedra... la palabra valía porque era la moneda corriente del honor. Y creo que, de manera predeterminada —por no decir default, que suena muy a computadora—, muchos de nosotros aprendemos desde chiquitos que la palabra es "vinculante", como se utiliza en los contratos; que el compromiso asumido es irrevocable, y que cualquier falta a él, nos llevaría a la vergüenza del deshonor.
Pero para muchos no es así, gente que faltó a su palabra, a su compromiso, a la buena fe depositada por otros hubo siempre, también. Lo que me pregunto es: si nosotros respetamos y damos nuestra palabra, y nos sentimos obligados por ella, ¿qué valor tiene la palabra del que no lo hace? ¿está en falta porque nosotros fuimos crédulos y dimos "nuestra" palabra, cerrando un contrato imaginario de caballeros? ¿o nosotros sobrevaluamos el concepto y nos comportamos como si existiera un vínculo imaginario que nos encadena y si se rompe se lleva arrastrando nuestro "honor"?
Quizá, soy culposa, pero a pesar de sentir que el otro falló al dar su palabra, siento que es mi obligación mantener la mía; ´tal vez a los ojos de la gente mi palabra no valga mucho y para otros valga demasiado. Pero no puedo, no puedo desligarme de lo que acepté decir, del compromiso que asumí, aunque vea que para el otro son papelitos de colores, que la pisotea y la desfenestra sin contemplación alguna. Simplemente, no puedo, porque para mí mi palabra vale porque me define, porque todavía creo en el honor y en la buena fe. Seguramente suena un poco fuera de moda, o un tanto estúpido, pero de quienes aprendí eso siempre fueron "gente de palabra" y, aunque no siempre recibieron la recompensa merecida, dormían tranquilas, sabiendo que nadie podía acusarlas de haber fallado.
Vaya uno a saber como es para la gente que da su palabra como cheque sin fondo, vaya uno a saber cuánto vale para ellos su propio honor, o como duermen de noche. No creo que haya una medición exacta para esto. O, para estar del lado más seguro, como dijo Napoleón I, la verdad es que: "La mejor forma de cumplir con la palabra empeñada es no darla jamás".
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